El 6 de junio, Acción Nacional, en coalición con el PRD y el PRI, ganó Coyoacán. Participé, con entusiasmo, en la campaña de Giovani Gutiérrez. El triunfo fue abrumador, 17 puntos de ventaja sobre un candidato que sólo tenía la ventaja de pertenecer al partido en el gobierno.
No tendría elementos objetivos para hablar mal de Carlos Castillo, el rival morenista; pero todos los elementos subjetivos iban en su contra. Demasiado alto, desgarbado, poca chispa, mala retórica, y para colmo, perteneciente al grupo de René Bejarano.
En el caso de Giovani Gutiérrez, hasta ese momento, sólo podía expresar adjetivos positivos. Inteligente, simpático, le entra duro a la comida mexicana, es muy generoso en su trato personal, te elogia, te escucha, te atiende. Fue un candidato disciplinado y eso le ayudó a triunfar.
Ganar era mi objetivo no como un proyecto profesional, sino por la satisfacción de no ser gobernado localmente por un mafioso como Mauricio Toledo y sus títeres, ni por Morena. El festejo en el World Trade Center fue emotivo. 9 alcaldías quedaron en manos de la Alianza PRI-PAN-PRD, 7 a cargo de Morena. En ese momento se perfilaba una mayoría aliancista en el Congreso que terminó revirtiéndose, un poco con operación política y otro poco con mano negra de Morena cabildeando en los tribunales.
Del WTC nos fuimos al Gran Forum, a la celebración de Coyoacán. Había música, baile, abrazos, fotos. En corto, Giovani expresó que haría el mejor gobierno. No tenía cómo no creerle, llevábamos tres meses repitiendo lo mismo. Pero luego me dijo que yo sería parte de ese gobierno. No era el momento de desmentirlo, pero hasta ese punto tenía la convicción de no participar en el gobierno.
Detrás también tenía la convicción y el orgullo de haber sido pieza clave en la elaboración de la propuesta. Giovani presentó una agenda creativa, progresista, de transformación urbana que, al haber ganado los comicios, lo obliga. Él debe cumplir con sus compromiso de campaña.

